Queridísimas hermanas Dominicas de la Inmaculada Concepción:
Proclama mi alma la grandeza del Señor. San Ambrosio, en su comentario a Lucas escribe: “Esté en cada uno de nosotros el alma de María para glorificar a Dios”, nos recuerda que el agradecimiento es la primera expresión de la fe; porque la verdadera fe prorrumpe espontáneamente en la alabanza y el agradecimiento. Alabanza por todo cuanto Dios realiza en nosotros y en el mundo; agradecimiento al reconocernos agraciados y al tomar conciencia de que la misericordia divina “se extiende de generación en generación”.
Con esperanza gozosa en el Señor y en María Inmaculada les expreso mi más afectuoso saludo anhelando que la paz, unidad y fraternidad sigan latentes en el espíritu de nuestras Comunidades. El motivo de la presente es para compartir con ustedes, algunas reflexiones sobre la Solemnidad que pronto celebraremos. La Inmaculada Concepción de María, excelsa Patrona de nuestra amada Congregación; cuya festividad la realizamos en el contexto litúrgico del Adviento evocando el día 8 de diciembre en que el Papa Pío IX definió que la Virgen María, por gracia y privilegio de Dios fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción. María recibió la vocación y la misión de acoger en su seno al Hijo de Dios y de entregarlo a la humanidad para su salvación. Purísima e inmaculada debía ser la madre del Hijo de Dios. Nuestra verdadera devoción a la Virgen consiste en imitarla en esta vocación y misión. Acoger en nuestro corazón y en nuestras vidas a Cristo, por obra del Espíritu Santo para darlo a los demás. Esta Solemnidad es una dulce invitación a fijar nuestra mirada en María, la llena de gracia, la portadora de la luz. Ella es el modelo acabado dónde poder mirarnos y encontrar las actitudes propias de cómo esperar y acoger al Señor: con un vivo testimonio de oración, fidelidad, generosidad, e intensa caridad; pues, hoy más que nunca, “La caridad de Cristo nos apremia.» (2Cor 5,14). Unidas a la alegría de toda la Iglesia, demos gracias a Dios por el don de María, pidiéndole que su ¡SÍ! sea también nuestro ¡SÍ! en este Adviento y en nuestra vida consagrada. Que ella siga siendo el faro luminoso que guía los destinos de nuestra amada Congregación por caminos de unidad, fortaleza y fraternidad e irradie sus gracias y bendiciones sobre cada una de nosotras para continuar dando un vivo testimonio de nuestro carisma: “Predicar la Verdad y portar la Luz de Cristo.» Unámonos a la oración del Santo Padre, el Papa Francisco diciéndole: Virgen Santa e Inmaculada, a Ti, que eres el orgullo de nuestro pueblo, Renueva en nosotros el deseo de ser santas: que en nuestras palabras resplandezca la verdad, que nuestras obras sean un canto a la caridad, que en nuestro cuerpo y en nuestro corazón brillen la pureza y la castidad, que en nuestra vida se refleje el esplendor del Evangelio. Eres toda belleza, María. En Ti se hizo carne la Palabra de Dios. ¡BUENA FIESTA DE NUESTRA MADRE LA INMACULADA!
Hna. Antonina Alfaro
Priora General