El dogma de la Inmaculada Concepción a menudo se malinterpreta. A menudo se piensa que se refiere a la concepción virginal de Jesús por María, cuando en realidad se refiere a la propia concepción de María sin pecado original…
La Inmaculada Concepción, tal como la entiende la Iglesia católica desde 1854, es la de María, «preservada de toda mancha de pecado original, desde el primer momento de su concepción, por una gracia singular y un privilegio concedido por Dios Todopoderoso» (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus del 8 de diciembre de 1854).
María es, por tanto, la única mujer exenta de los efectos del pecado original (que, para los cristianos, afecta a todos los hombres desde el pecado de Adán y Eva), la única mujer absolutamente pura.
Ella no sufre las consecuencias del pecado original, es decir, la lujuria. María no conoce la tendencia al mal que está en todos nosotros, y que hizo decir a Pablo en Romanos 7,15: «En verdad, no comprendo lo que hago; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco». Pero entonces, si María es sin mancha, ¿no necesitaba ser salvada? ¿No vino Dios a salvar a todos (1 Tim 2,4)? En efecto, Dios también tuvo misericordia de María (Lc 1,28.48), pero de un modo muy especial. Desde el momento de su concepción, María se benefició por anticipado de los méritos de la Cruz.
Al descubrir cómo surgió este título mariano, veremos cómo María actúa como la Inmaculada Concepción en dos etapas.
En primer lugar, María es la que está presente; es la fuerza de los Testigos de Cristo. Existen cuatro dogmas relativos a la Virgen María (Madre de Dios, Virginidad, Inmaculada Concepción y Asunción). Todos tienen su origen en la piedad popular. María, Madre de Dios, aparece por primera vez a principios del siglo III en un himno. Un siglo más tarde, se proclamó el dogma. En el siglo X aparece la primera fiesta litúrgica de la Inmaculada Concepción. La devoción a esta advocación siguió creciendo y fue en el siglo XIX cuando la Iglesia la proclamó dogma. María se reveló primero a su pueblo en la oración, siguieron los teólogos y, finalmente, la Iglesia autentificó proclamando el dogma. Es importante darse cuenta de que este proceso es exclusivo de María. En los primeros siglos, los dogmas relativos a Cristo eran muy diferentes. Los teólogos discutían largo y tendido sobre la naturaleza y la persona de Cristo… pero el pueblo no entendía nada de esos debates. Nuestro conocimiento de María procede, pues, de la piedad hacia Ella. Cuando le rezamos, María misma nos enseña. Ella está presente cuando sus hijos le gritan.
En la Biblia, la vemos al pie de la Cruz durante la Pasión, con los apóstoles antes de Pentecostés, es decir, en los momentos más dolorosos. Es porque María está allí, en el corazón del sufrimiento, que los fieles se dirigen a ella y que ella les enseña también sobre sí misma, sobre el poder de su intercesión.
En segundo lugar, María es el refugio de los pecadores. Ella, la más pura, es el refugio de los impuros. Esto es ciertamente un misterio, pero así es como actúa la Virgen. Ya en los Evangelios, las dos mujeres más conocidas son María, madre de Jesús, y María Magdalena; por una parte, la completamente pura, y por otra, aquella de la que salieron siete demonios (Lc 8,2). Siguen a Jesús (Lc 8,2) y ambas están al pie de la Cruz (Mt 27,56). De manera misteriosa, María Inmaculada atrae a los pecadores. Los pecadores encuentran en ella esta acogida, este refugio donde la ausencia de juicio es sanadora. Brevemente, un pequeño testimonio que ilustra la obra de la Inmaculada en el corazón de los fieles. Por eso Ella es fuente de Luz y signo de esperanza, especialmente para Santo Domingo que se preguntaba «¿qué será de los pecadores?» y para nuestra Congregación, María la luz que nos permite ver en la oscuridad, la luz de los que no pueden ver.
Dejemos que la Inmaculada Concepción nos acoja en toda nuestra indignidad, nuestras impurezas y nuestras faltas, para que por su intercesión nos transforme en verdaderos testigos de la Misericordia del Padre (2 Co 1,3).
Hna. Sandrine Letrou
Priora Provincial Provincia La Inmaculada
Dominica de la Inmaculada Concepción