185 años de su natalicio.
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Documento en francés encontrado en el archivo de la Casa Madre, Toulouse – Francia.
El 16 de abril de 1925, murió piadosamente en Toulouse la muy reverenda Madre Marie Françoise Lohier, co-fundadora de la Congregación de las Dominicas de la Inmaculada Concepción.
A la edad de 87 años y 58 años de profesión religiosa.
Nacida en Mohon (Morbihau)- Francia, de padres profundamente cristianos, su alma se impregnó en un ambiente de dulce y cálida piedad familiar, de un amor ardiente por nuestro Señor y por su divina Madre.
Colocada a temprana edad en un pensionado a Yosselin, donde se distinguió sobre todo por su presunción, apenas trabajaba los últimos meses del año, solo el tiempo necesario para ponerse al día y superar a sus compañeras al momento de los exámenes.
Al regresar a su casa paterna, escuchó el llamado divino, pero la señorita Lohier, tarda algunos años, le costaba mucho dejar a su querida familia.
Sin embargo, una vez decidida, respondió con todo el ardor y la generosidad que la caracterizaba. Pero que pruebas le esperaban.
Dotada de una fe robusta y ardiente, de una energía que nada la abatía, de una voluntad firme, estaba preparada para la difícil obra que llenó su larga y laboriosa existencia.
Inicialmente colaboradora, consejera prudente y sabia de la buena Madre Hedwige Portalet, fundadora de la Congregación, le sucedió en el gobierno de su Instituto y continuó sola la obra iniciada por las dos.
A pesar de las dificultades de la época y de lo delicado de la tarea, fue capaz de llevar todo a buen puerto y consolidar sobre sus cimientos el nuevo edificio, aún tambaleante.
Y así muchas de ella, fijando la mirada en su celestial Esposo, fueron juzgadas dignas de exhalar en su dulce perfume en su presencia.
Otras trasplantadas sobre el ardiente sol de Perú y de Ecuador, se desenvuelven de maravilla, dando el ciento por uno, esparciendo a su alrededor el buen olor de Cristo.
Pueda la semilla, esparcida con tanto trabajo y generosidad por nuestra buena madre Marie Françoise, florecer espléndidamente, cada vez más fecunda, más rica, ya que ha sido el precio de las más dolorosas y generosas aceptaciones.
Pocos lo saben, solo Dios las contó y comprendió en toda la extensión, porque solo en Él su alma buscaba fuerza, luz y apoyo. Su vida sobrenatural fue intensa. Vivía según el pensamiento de Dios, bajo su mirada, inspirada por sus juicios y su amor.
Dios y su Congregación llenaron su vida, y bastaron para todas las aspiraciones de su gran corazón. Los amaba sobre todas las cosas, supeditando todo, lo sacrifica todo.
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También amó con un amor desbordante a la Iglesia y a su Pontífice, a su Orden, a la Francia, interesándose al máximo de todo lo relacionado con ella, haciendo suyas sus penas y sus alegrías.
Hasta su último día, ella fue para sus hijas un ejemplo de observancia, de ardiente piedad, siguiendo todos los actos comunitarios a pesar de su avanzada edad y del mal que fue minando su salud, se entregaba a todas las ceremonias del coro porque las siempre tenía un gran celo.
Qué decir de su devoción a la santísima Virgen, su divina Madre, cuyo amor llenaba su vida. Ardiente fue también su culto por la Orden de Santo Domingo, por su bienaventurado Padre, cuyo espíritu poseía en un alto grado.
La reverenda Madre Françoise Lohier, deja a todos aquellos que la han conocido, estimado y amado, y particularmente a todas sus hijas, el recuerdo reconfortante de su gran espíritu de fe, de su celo ardiente por la gloria de Dios y de sus distinguidas virtudes.
Desde el alto del cielo, ella velará sobre su querida Congregación, preparando a sus hijas un lugar bajo el manto de la santísima Virgen a la que ella tanto amó e invocó durante su vida.