MUJER Y MADRE
En el Magnificat, María de Nazaret ilumina su vida personal con la luz de Dios, e interpreta la santidad de Dios que se ha cumplido en su pueblo. Desde el aliento de su maternidad divina, ensalza la bondad del Señor que “puso sus ojos en la humildad de su sierva e hizo en ella maravillas”(Lc. 1, 48)..
El amor entrañable que la Madre Hedwige profesó a María Inmaculada, contribuyó a plasmar en su ser el perfil de la Mujer y Madre en plenitud.
Hedwige experimenta su pequeñez, no se sobra ni se basta; está muy lejos del triunfalismo y la autosuficiencia y responde a los avatares de la vida y a la soberbia de los prepotentes, con la serena paz de su humildad profunda. Pone un toque femenino de mujer a cada paso del camino, en cada respuesta a las exigencias de la ruta, haciendo de su existencia un don maravilloso, entregado a cambio de nada; trabajando sin tregua, sin que el aceite de su fe se extinga jamás, para alumbrar la noche de la ceguera, la duda o la impotencia. Y logra transformar la casa de los ciegos en un hogar donde las marejadas de la vida se abaten, a la orilla del amor y del servicio.
“Una mujer de carácter, ¿dónde hallarla?
Es mucho más preciosa que una perla.
Se levanta cuando aún es de noche
Para dar de comer a los de su casa.
Se pone con ardor a trabajar
Porque tiene en sus brazos el vigor.
Su lámpara no se apagó toda la noche” (Prov.30, 10-26)
En las entrañas de su espíritu hay una dimensión maternal impresionante. Esos rasgos empiezan a perfilarse desde los años de su infancia en el hogar. Tuvo una madre extraordinaria, Elèonore Couturier. La perdió muy pronto, a los diez años y apenas diez meses después de su orfandad, experimentó el amargo contraste de una madrastra despótica y egoísta, que “le arrebató el afecto de su padre”. En el vacío de esa dolorosa experiencia, sintió florecer en su corazón una viva ternura por su hermanita menor, Marie, “con quien desplegó una delicadeza y abnegación más grande que sus años, inaugurando así una maternidad que ejercería hasta la muerte”. (Madre Francoise Lohier)
La opción por la vida consagrada, desarrolla en Hedwige una maternidad espiritual fecunda e inagotable. Maternidad traspasada por la espada del dolor, que atravesó su alma a lo largo y ancho de su vida: como la Madre de Jesús en la profética alusión de Simeón en el templo (Lc.2, 33-35) Y en la misión de Madre de la humanidad que le confió su Hijo Divino desde la cruz. (Jn.19, 25-27)
Ciertamente, es abrazada a la cruz como Hedwige despliega su maternidad en dos dimensiones: con los ciegos y con las hermanas de la Congregación por ella fundada.
DESDE LOS CIEGOS Y LOS LEPROSOS
Hedwige desde los ciegos, da respuesta a los llamados de Jesús, que le invita a la misma misión que Él asumió cuando vino a la tierra: “El espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva…me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”(Lc.4, 18).
En Hedwige, al igual que en Jesús,” hoy se cumple esta escritura”. Ella lo vive desde su condición humana asumida; lo experimenta, hace su consagración total al Señor. Devuelve la vista a las ciegas y ciegos, desde el aprendizaje mutuo, desde la relación de iguales. Ve a Jesús en el rostro de los pobres -ciegas y ciegos- vive cada día con ellos iluminándose mutuamente. Allí encuentra la luz de Dios, su gratuidad y su bondad, desarrolla su amor entrañable que lo estrena siempre como Buena Nueva, escuchando sus vidas, sus reacciones, en cada detalle de cariño que a cada momento lo entrega. Juntos pueden alabar y bendecir a Dios, valorando sus vidas, recuperando su dignidad de hijos e hijas legítimos de Dios, les anima a dignificarse cada vez más, devolviendo la fuerza vital para que sean personas dignas.
De esta manera va predicando a otros y otras jóvenes (compañeras, amigas, autoridades eclesiásticas, autoridades civiles, vecinos…), invita con su ejemplo: entrega su vida, su tiempo, sus aspiraciones, sus bienes, su mentalidad, para este maravilloso plan -Proyecto de Jesús- de ser Buena Noticia para los excluidos en esta vez de Toulouse, ciegos y ciegas.
Comienza por responder a sus necesidades básicas motivando a todos a la solidaridad, les ofrece una familia, un hogar, así fueron ayudándose con ella a ser personas, mostrando de esta manera que es posible el sueño de Dios, ser hijas-hijos legítimos de Dios y hermanos entre nosotros.
Desde los leprosos el carisma de Hedwige escucha el programa de vida que Jesús nos brinda para heredar el Reino y estar con Él eternamente (Mt.25, 35-45) “entonces dirá el Rey a los de su derecha: venid benditos de mi Padre…porque tuve hambre”. Ella y otras prodigan la comida sobre todo para ellos, hecha con sus manos, despertando la solidaridad; “tuve sed”, el afecto, la caricia, la ternura, la entereza, la justicia, la bondad, saciaba la sed de ciegos y leprosos, un don en continua entrega. “Era forastero y me acogisteis” el maravilloso reconocimiento de que todos somos forasteros abre espacios para acoger a ciegos y leprosos poniendo en creatividad toda la capacidad de amar, reconociendo que recíprocamente podemos ser dignos y dignas. “Estaba desnudo y me vestisteis” experimentando el compartir en la máxima expresión de utilizar hasta lo que se creía propiedad privada para poder vestir, haciendo con sus propias manos lo que era necesario, para el abrigo de aquellos que Dios ha puesto en su corazón. “Enfermo y me visitasteis” con actitud pronta y tierna no sólo eran curados sino revestidos de amor, de ternura para que pudieran crecer integralmente, recuperar su dignidad transformando los miedos en un torrente de amor, sin esperar recompensa. De este modo, su feminidad está a tope como es el amor incondicional.
Se vislumbra claramente su opción por los pobres a quienes Jesús llama dichosos. (Mt. 5,1-11). Esta mujer profeta de la luz, de la misericordia, de la justicia, se atreve a decirnos que el proyecto de felicidad no tiene otro camino. Desde allí podemos predicar a todos y todas. Así como a Hedwige dieron los pobres la fuerza para continuar construyéndose la comunidad de Dominicas, confiando en la Providencia y en las hermanas, dándonos vida, afecto, abandonándonos en lo que Jesús promete “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todas esas cosas se os darán por añadidura”(Mt.6, 33). Hedwige vive y experimenta este mandamiento “Amaos los unos a los otros, como yo os he amado” ( Jn.15, 12). Hedwige y otras, junto a los ciegos, aprendieron de Jesús a tener un corazón manso y humilde (Mt. 11,28-30) En los excluidos, los ciegos, los leprosos, encontraba un torrente de vida sin fin que sólo invitaba a decir: este es el carisma de humanización, regalo permanente, al que estamos llamadas todas a transformarlo en servicio. Desde la visión de los excluidos estamos llamadas a elegir constantemente “El Hijo del hombre… no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc.10,45). Entonces vendrá a nosotras esa felicidad sin límites. Con los mismos ojos y corazón de Hedwige estamos llamadas a vivir con alegría la opción de Jesús por los pobres: migrantes, encarcelados, personas paralizadas psicológicamente, mujeres marginadas, jóvenes sin futuro, sin empleo, enfermos de sida, ancianos , niños abandonados.
Con el corazón de Hedwige, estamos llamadas a poner el más amoroso interés en la niñez y juventud que se educa y comparte con nosotras. También en ellas (os) hay “cegueras”, hay hambre de fe y de verdad, hay confusión y duda; hay pobrezas silenciosas, a las que debemos llegar con la fuerza intuitiva y la comprensión amorosa de la Madre Hedwige. En las aulas y los laboratorios, en los salones de las parroquias, en las salas de hospital, en las patios universitarios…, hay necesidad de luz y hay mucho que enseñar y que aprender.
Este don gratuito de vivir las Bienaventuranzas como Hedwige que supo transformar hasta la última bienaventuranza -la persecución- con serenidad, en paz y con una profunda confianza en Dios -“Oré con mucha insistencia y fervor, esperando que el buen Dios me daría fuerzas para actuar y ánimo para soportar las consecuencias de esta decisión… mis lágrimas corrieron silenciosas a los pies del Divino Prisionero del amor. Allí tomé valor, y pensé que el camino de las humillaciones es el mejor medio para que el Señor bendiga una obra. Cuando llegué a casa para compartir con la comunidad ya estaba tranquila”.
Desde los ciegos y leprosos, se abrirá una misión inmensa, por que hay mucho que sembrar en los surcos del Reino.
CAMINANTE DE LA LUZ
La espiritualidad de la Madre Hedwige, tiene su raíz en su frágil naturaleza de mujer que es forjada en el crisol del dolor, desamparo y desamor en su tierna edad. Mas ella emerge en una constante búsqueda del consuelo, esperanza y fortaleza de Dios que no la desampara y que la conduce por un camino iluminado por su fe inquebrantable, siempre a los pies del sagrario, pues es una alma eucarística y contemplativa de la misericordia y de la bondad de Dios. Es ante el sagrario que lo consagra todo “El pasado doloroso, el presente sencillo, el futuro cargado de esperanza” “Su oración es intensa y prolongada, antes de tomar una decisión” . “Es en la oración donde ella escucha el envío al mundo de los desposeídos, no sólo de pan, de cultura, de comodidad, sino de la visión: los ciegos. La oración intensa, dialogando con Dios sobre su “divino proyecto” le dio valor y la comprometió hasta “empobrecerla” de bienes, de prestigio, de honra, de seguridad. Llegó hasta las últimas consecuencias
Como alma eucarística insiste en la adoración y en la hora santa, “este es el medio más seguro para atraer sobre nuestro noviciado las bendiciones del cielo y para trabajar por el crecimiento de nuestra familia religiosa”
Ella siente que Jesús le da seguridad. “Yo os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos.” (Mt. 18, 19-20 “Enseñándoles a guardar todo lo que yo, os he mandado y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin de este mundo” (Mt.18, 20).
Su espiritualidad se ve engrandecida y fortalecida por la realidad en que está inserta. Su oración siempre es un gracias por los favores recibidos; pero también por las penas y dificultades. Es ante el sagrario donde clarifica la profundidad de su espíritu de servicio, emulando la ternura de Dios.
Se acoge a la sombra de María Inmaculada como a su verdadera Madre y Superiora, a Ella acude hasta Lourdes para sus consultas y soluciones. A San José, lo imita en su silencio, en su humildad, en su asiduo trabajo sin desmayar un día y otro día; a él acude sin tardar en sus necesidades económicas. Jesús le dijo: “Si quieres ser perfecto, vende todo lo que posees y reparte el dinero entre los pobres para que tengas un tesoro en el cielo. Después ven y sígueme” (Mt. 19, 21) “Pues donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt. 6.21) En la carencia, en la búsqueda, entra el Espíritu como autor determinante de la espiritualidad. “La santa pobreza fue nuestra compañera inseparable .Vivimos según las reglas de la más estricta economía: comida frugal, trabajo intenso y duro, casas alquiladas en situación deplorable, carencias de toda clase; pero la divina providencia veló por nosotras con amor maternal”
Su amor a la Eucaristía le hizo encontrar la luz y dar testimonio, como una lámpara siempre encendida para alumbrar el camino del tímido, del inseguro, del que camina sin rumbo y sin esperanza, fue ella la estrella polar de muchos excluidos. Tenía la plena convicción en las palabras de Jesús. “mientras es de día tenemos que hacer la obra del que me ha enviado; porque vendrá la noche, cuando nadie puede trabajar” (Jn. 9, 4) Vivió también con fidelidad las palabras del profeta Isaías: ”Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entrarán en tu casa, vestirás al que veas desnudo y no volverás la espalda a tu hermano” (Is.58,7)
En momentos difíciles, recibe el consejo y el apoyo espiritual del Beato Jacinto Marie Cormier, identificándose con la espiritualidad dominicana. A Domingo como a ella, le conmueve el desamparo, la marginación, la explotación, la desesperanza de todos aquellos que no conocen el camino del amor a Dios. Por eso remedia, consuela, acompaña, anima. ”Al contemplar ese gran gentío, Jesús sintió compasión, porque estaban decaídos y desanimados, como ovejas sin pastor” (Mt. 9,36).
ITINERANTE Y PEREGRINA
Desde la llamada de Dios a ser testiga de la luz, Hedwige se puso en camino, permaneció siempre en camino, confiada y entregada a Dios, a su Palabra y a su Promesa de amor que escuchó en su corazón y en el dolor de los ciegos. Desde entonces estuvo en camino. Como Abraham sale de la tierra y de la casa de su padre, se encamina «a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición»(Gen 12, 1-2). «Llamado por Dios, por la fe, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia y salió sin saber a dónde iba. Por la fe peregrinó hacia la tierra prometida»(Hebr 11,8-9). «Por la fe también Sara recibió vigor para ser madre, pues tuvo como signo de fe al que se lo prometía» (Hebr 11,11). Este es el camino de Hedwige fundadora, fundamentada en la esperanza porque se fió de Dios y de su Palabra.
Tal actitud de fe y confianza la coloca en el seguimiento de Jesús, en su mismo camino y estilo de vida: compartir la dicha y la gloria de la transfiguración (Lc. 9, 28-36), compartir con Jesús la cruz, los conflictos y las injusticias a causa del Evangelio y de los ciegos (Cfr Lc. 14,26-27).
Ser discípulas de Jesús con Madre Hedwige, es experimentar el camino de la cruz, la permanente itinerancia, éxodo de pensamiento, geografía, éxodo de fe al ritmo de la manifestación y de los caminos de Dios. Peregrina de la luz con los ciegos y videntes, a su lado, en sus vicisitudes y sufrimientos. En lo provisorio de lugares y casas. A la espera de una colaboración o de una ayuda para remediar las necesidades inmediatas y de sobrevivencia de los ciegos y de la comunidad, con el corazón puesto en la providencia de Dios «No teman, ustedes valen más que muchos pajarillos» (Mt 10,31; Cfr Mt 6, 31-34).
Dios ve por los ciegos y por ella «Dios proveerá. Dios provee» (Gen. 22, 8.14). La presencia y la salvación de Dios se hacen patentes con todos los necesitados. Para nuestra Congregación en sus orígenes es iluminador el pasaje en que Agar con su hijo debe salir de la casa, obligada por las presiones de Sara. Está en medio del desierto, falta el agua y no quiere ver morir a su hijo. Dios les sale al paso: «Agar, no temas porque Dios ha oído la voz del niño en dónde está… Entonces abrió Dios los ojos de Agar y vio un pozo de agua. Fue, llenó el odre de agua y dio de beber al niño» (Gen. 21,17-19). La misma providencia experimentaron Hedwige y las primeras hermanas, Dios vio por la madre y por sus hijos los ciegos. Peregrinación confiada, Él, que es su seguridad, justicia y consuelo.
Toda su vida fue una itinerancia, salir de la casa paterna, dejar Marsella, ir a Toulouse. De lugar en lugar.
Muere fuera de Toulouse, en Mazéres, a las puertas de la Luz, con la Luz dentro de su corazón. Se ha cumplido en ella el camino de Jesús. «Por eso también Jesús para santificar al pueblo con su sangre, padeció fuera de la puerta. Así pues, nosotros salgamos hacia él, fuera del campamento cargando con su ignominia, pues no tenemos aquí ciudad permanente sino que buscamos la futura» (Hbr. 13,12-14).