El 28 de julio de 1898 llegaron nuestras primeras hermanas a Puerto Salaverry en Trujillo – Perú, con ellas llegaba la riqueza del carisma que había sido dado a Hedwige Portalet, fundadora de la Congregación.
Al cumplir 127 años de presencia en tierras peruanas, podemos palpar esta experiencia viva desde el Espíritu de Dios en el testimonio de la maestra Amparo Mostajo, a quien agradecemos su invaluable labor que tuvo en el colegio Sagrado Corazón – Arequipa de la Provincia Santa Rosa – Perú.
SER MAESTRA EN UN COLEGIO DOMINICO
Con todas las enseñanzas aprendidas y la experiencia vivida, puedo decir que ser maestra en un colegio dominico tiene un significado profundo y espiritual. Formamos personas con valores cristianos, unidas a la misión de las Hermanas Dominicas de la Inmaculada Concepción: educar evangelizando y evangelizar educando. Ser parte de esta comunidad es responder a una vocación donde se une la enseñanza con el amor a Dios y el servicio al prójimo. Trabajamos con sentido de misión y gran compromiso con la Verdad. Compartimos esta labor con las hermanas dominicas, los maestros, estudiantes y sus familias, en un ambiente de respeto, colaboración y espíritu de familia, con el objetivo de formar personas que transformen el mundo en un lugar más justo y fraterno.
Esta profundidad se inspira en nuestra madre Hedwige Portalet, quien encarnó el mandamiento del amor al prójimo al enseñar a quienes más lo necesitaban. Educar a niños ciegos en su época fue un acto revolucionario y profundamente evangélico, frente a la marginación que reinaba. Fue una luz en la oscuridad para muchos niños, una maestra con vocación plena que dignificó la vida de los más frágiles con dulzura, inteligencia y fe. Demostró que la educación debe ser inclusiva, paciente y sensible. Todos los niños, sin importar sus limitaciones, pueden aprender, crecer e iluminar. Ella no solo enseñó contenidos, sino que iluminó con su vida la oscuridad del abandono, el miedo y la indiferencia. Fue modelo de entrega total: maestra, madre, guía espiritual y protectora.
A lo largo de mi trayectoria, he comprendido que el carisma de predicar la Verdad se traduce en educar con honestidad y coherencia, siendo testimonio vivo de lo que enseño. Promovemos una educación centrada en el bien común, la justicia y la dignidad humana. Formamos mentes libres y críticas, pues el carisma dominico no separa el estudio de la espiritualidad. Nos invita a formar personas pensantes y creyentes, donde la fe y la razón se enriquecen mutuamente. Buscamos una educación que conecte el conocimiento con la ética y la responsabilidad social.
Portar la luz de Cristo significa iluminar el camino de los estudiantes con fe, esperanza y amor, desde el encuentro con Dios y María Inmaculada, en la oración diaria, especialmente en tiempos difíciles. Es dar sentido trascendente a la vida y al aprendizaje, promoviendo valores evangélicos como la solidaridad, la compasión, la paz y la fraternidad. Es sembrar esperanza activa, que motive a los jóvenes a transformar el mundo con espíritu cristiano. Educar no solo para el conocimiento, sino también para el amor, la justicia y la santidad, aportando una visión integral, liberadora y profundamente humana. Nuestra tarea es formar no solo buenos estudiantes, sino buenas personas, capaces de transformar el mundo a la luz del Evangelio.
Esta misión debe vivirse en comunidad, en un ambiente de diálogo, respeto y fraternidad. La pedagogía del acompañamiento nos llama a ser guías, testigos y servidores, cultivando una espiritualidad del encuentro entre docentes y estudiantes. Solo así se construyen relaciones educativas auténticas y duraderas.
Termino diciendo que estamos llamadas a formar estudiantes en libertad y para la misión, desde el carisma dominico. Necesitamos jóvenes líderes comprometidos con la verdad y la justicia, con una libertad interior cultivada, conciencia crítica y capacidad de decidir con responsabilidad. Todo esto, inspirado en una vocación de servicio e iluminado por la fe.
Amparo Mostajo Mostajo
Con Gratitud y Esperanza
Julio 2025