Hay acontecimientos que se presentan en la vida que son motivo para celebrar, para reunirse y festejar, que nos llevan a escuchar al corazón y éste se pone contento porque le gusta hacer su trabajo; “recordar”, “palpitar”, “revivir”. Cosa extraña, este corazón parece que fue hecho para ser feliz porque evoca con mayor naturalidad aquello que alegra el alma. Han quedado en las fibras de sus palpitaciones esa trayectoria recorrida, la que se está haciendo y la que se hará; y lo hace con la ilusión que brota de la esperanza porque sabe que en el camino nunca estuvo solo, una compañía bendecida siempre estuvo a su lado y estará. Por eso, mi corazón de consagrada al escribir estas líneas se llena de vida, de alegría, percibo una atracción suave pero constante de gozo que me hace sonreír y agradecer a Dios que me dio este corazón especial, quizás delicado pero fuerte, que es capaz de dilatarse al pasado y proyectarse al futuro, tomando conciencia del presente, me hace vivir la eternidad.
Este caminar tiene sentido cuando sabemos a dónde vamos y con quién vamos; Jesús el caminante de Emaús, el maestro y la lección va educando el corazón, nos hace compañía, nos da el alimento y nos da el reposo en el cansancio y en la enfermedad, Él es el médico y la medicina.
Jesús nos acompaña en la vida, de tantas maneras, para estar con nosotros. En este tiempo nos llama por medio de su Iglesia a prepararnos para el Jubileo del próximo año, para ser signos tangibles de esperanza, para tantos hermanos y que nuestra presencia puede ayudarlos a un encuentro más cercano con el Señor.
Uno de los signos tangibles es la oración y el amor a los hermanos, la plegaria de alabanza ¡qué riqueza más grande al hacer este camino de encuentro con Dios cada día, desde el alba hasta el anochecer! La oración personal, pero a la vez comunitaria cuando decimos al iniciar el día “Señor, ábreme los labios y mi boca proclamará tu alabanza” nos une en una hermosa sinfonía con la suavidad del amanecer, la frescura de las plantas, el trino de los primeros pájaros y la humanidad entera con sus múltiples necesidades y deseos, oramos con los que rezan y oramos por los que no pueden rezar.
La oración es la fuerza espiritual que nos acompaña, por eso este año elevamos nuestra plegaria, para que el Jubileo sea vivido en unión y en familia, la Iglesia eleva hasta el cielo la aclamación de su pueblo como expresión del alma a nuestro Dios, solicitando amorosa e insistentemente la paz y la unidad.
Dentro de poco celebraré mis Bodas de Oro de Consagración Religiosa y como el corazón tiene la capacidad de palpitar y dilatarse, siento que he vivido los años que tiene mi Congregación, porque a través de la historia leída y compartida he aprendido a amarla, a tenerla en mi alma, a alegrarme con los grandes y pequeños triunfos, a valorar los grandes sacrificios, a recoger en mis manos la plegaria de tantos años y unirla con la mía para ofrecerla a Dios, infinitamente bueno y misericordioso.
¡Bendigo al Señor por los 104 años de la creación de mi Provincia Santa Rosa – Perú, tiempo de amor y esperanza al amparo de María Inmaculada!
Sor María Hosanna Johanson Castro
Dominica de la Inmaculada Concepción
