Son pocos los datos que tenemos sobre la madre de Nuestro Padre Santo Domingo. Rodrigo de Cerrato, en su obra Vida de Santo Domingo del 1272 nos la describe como una mujer virtuosa: “honesta, casta, intachable, prudente y sobre todo compasiva con los pobres y afligidos, brillando por su virtud y buena fama entre las mujeres de aquella su tierra.
Recuerdo que en el año 2014 tuve la oportunidad de conocer Caleruega, el pueblo natal de nuestro Fundador, en el que por aquel entonces se realizaba el XXV Capítulo General Electivo de nuestra Familia Religiosa. En los momentos libres aprovechábamos la sabiduría y fraternidad de Fray Jesús Martín, que nos llevaba a recorrer el Torreón de los Guzmán, dejándonos un destello de luz en la inteligencia y en el corazón con su amena explicación sobre lo sucedido allí.
Nos enseñó el lugar donde se produjo el milagro del vino y mientras iba narrando la historia, del “vino generoso”, mi mente se recreaba viendo pasar a los personajes, a un Don Félix con el aspecto gentil y su aprecio por la gente, veía la figura de Juana de Aza, con el mirar sereno, abrazando la más pequeña en apariencia una de las tres virtudes, pero que en el campo de acción la más fuerte, ella: La Esperanza.
Prosigo, en la bodega estaba el vino, para entonces, ausente se encontraba don Félix, y Juana como de costumbre, pensando: ¿qué podría hacer por los pobres o para Cristo que vive en ellos?
Además del licor, repartió la limosna, la esperanza, y la alegría.
El vino que consolaba el animoso corazón de don Félix, pasó también a consolar los agobiados corazones de los que no tenían vino, y tal como sucedió en la boda de Caná que fue una mujer de nombre María; acá, por gracia de Dios otra mujer llamada Juana de Aza.
Aquella mujer que domina el difícil arte de dar, lo domina porque da con esperanza, con sencillez, sabiendo, creyendo que es siempre Jesucristo el que está detrás del pobre.
Fray Jesús proseguía: -llegó don Félix con su comitiva y algo debió de oír por ahí acerca del reparto del vino, pues en presencia de todos pidió a su esposa que le diera un poco de aquel vino que tenían abajo, en la bodega, y, ante el aprieto de aquella situación, la Beata Juana puesta de rodillas oró al Señor diciendo: –“Señor mío, Jesucristo, aunque no sea digna de ser escuchada por mis méritos”-. llena de fe y confianza en Dios, se atrevió a pedir con profunda humildad incluso lo imposible, mostrando su esperanza al Dios mismo, y en cuya fe se apoyaba. Luego dando gracias al Dueño de todos los dones hizo repartir con abundancia aquel vino a su esposo y a todos los demás, permitiéndonos ver que un alma humilde no es sólo un alma complacida sino, además, agradecida y generosa.
Como gran maestra Juana llevaba en su corazón el sufrimiento de cada criatura y en su oración todo se lo dejaba al Creador. Vive, ama, sueña, cree porque con la gracia de Dios, no desconfía que sólo espera contra toda esperanza.
Grandes cosas logra realizar Dios en el hombre, cuando la esperanza se mantiene viva dentro de él, porque la misma hunde sus raíces en la fe y es reflejo de un corazón abierto, de un corazón que cree. Por ello es posible “esperar contra toda esperanza” (Rom. 4,18) gracias a la predisposición del hombre y el actuar de Dios.
Juana de Aza nos enseña que la esperanza en Cristo nos ayuda a mantener la mirada en alto y avanzar con firmeza aún cuando los obstáculos estén a la puerta del día, seguros y confiados en Dios. Indudable que ella nos diría ahora como reza el lema del Jubileo sean: “Peregrinos de esperanza”
Hna. Elfi Pozo Aguilar
Dominica de la Inmaculada Concepción