Con miras a la celebración del jubileo, esta reflexión propone mirar una de las virtudes que caracterizan a nuestro padre santo Domingo de Guzmán: la paciencia, como un soporte necesario para nuestra vida de seguimiento a Jesús. Conocemos al padre Domingo como un hombre atento al presente, que observa la realidad de su entorno y sabe leer sus causas; que predicaba con la palabra y el ejemplo, convencido que su predicación debía estar respaldada por una vida auténticamente evangélica y apostólica. No obstante, su paciencia fue la puerta que abrió paso a la misericordia de Dios, y le permitió ver en vida, los primeros frutos de su entrega.
Vivir la virtud de la paciencia implica vivir y actuar desde una postura trascendente, sin dejar que los acontecimientos acaben con su fuego, su pasión por dar a conocer la Verdad y consagrar su vida a la misión cristiana de predicar el Evangelio por todo el mundo. “Había en él una igualdad de ánimo muy constante a no ser que se conmoviera por la compasión y la misericordia” (Gómez, 2012). Con paciencia, Domingo trabajó en el proyecto de su amigo, Diego de Osma y dialogó con el hospedero durante toda la noche. De forma admirable soportó fatigas, injurias y amenazas de muerte, y enfrentó múltiples controversias causadas por los herejes que realizaban escritos en contra de la fe. Luego de presentar al Papa Inocencio III el deseo de la confirmación de la Orden, Domingo volvió a Tolosa para comunicar a los frailes que debían elegir una de las reglas ya aprobadas para adoptar como forma de vida, y nuevamente acude, con humildad y firmeza, a presentar la resolución en Roma. Su paciencia obtuvo en incontables ocasiones, el favor del Señor; tanto sus frailes como los habitantes de los pueblos por donde pasaba, eran testigo de cómo Dios respondía a las súplicas de este hombre que oraba con la intensidad de un corazón que ama a modo de Jesús y espera como María, que se cumpla la voluntad de Dios.
Finalmente, la paciencia es la primera característica del amor que san Pablo describe en su carta a los corintios (1 Cor 13,4). Domingo vivió el amor paciente, que sembraba amor en el corazón de sus hermanos. Como expresa el beato Jordán de Sajonia: “daba cabida a todos los hombres en el abismo de su caridad”. Las virtudes que adornan la persona de Domingo, nos ayudan hoy a ser signos tangibles de esperanza, de tal manera que las dificultades no oscurezcan nuestro compromiso de desafiar los modelos de vida actuales que no se fundamentan en el amor a Dios y a nuestros hermanos. Como dominicos, es nuestra misión predicar la esperanza que Dios nos ha dado en su Hijo, triunfador en la lucha contra el mal y el ejemplo de Domingo nos anima a buscar en la oración, el estudio y la fraternidad, aquella experiencia humana de fe que nos hace pacientes para realizar la voluntad de Dios.
Hna. Marjorie Jiménez Vivanco
Dominica de la Inmaculada Concepción
Referencias bibliográficas:
Gómez, V. (2012). Santo Domingo de Guzmán: Escritos de sus contemporáneos. Edibesa.